El papa Inocencio IV (1243 - 1254) se preguntó: ¿cuánto conocimiento de los asuntos de la fe debÃa tener una laica o un laico? Según el papa, una laica o laico serio en asuntos de fe, debÃa por lo menos creer que hay un Dios que ama y reconoce a quien hace el bien. DebÃa conocer también, asà fuese de una manera implÃcita, los artÃculos de fe. Al papa le parecÃa bien que los laicos deseasen conocer más profundamente su fe, pero no pecaban si de hecho no buscaban un conocimiento más profundo. Les bastaba con dedicarse a las buenas obras.
El santo rey, Luis IX (Ãœ 1270) exhortaba a sus cortesanos: “la religión cristiana, tal como está
expresada en el credo es algo en lo que hemos de creer implÃcitamente, aunque nuestra fe en él pueda estar basada en un testimonio de oÃdas”. El rey pensaba que una fe sólida defenderÃa a los cristianos de la insidias del mal espÃritu que “hace todo lo que está su alcance para que la gente muera con dudas mentales sobre ciertos puntos de la religión”.
Si miramos en conjunto todos los concilios, desde el Primer Concilio Laterano del 1123 hasta el Concilio de Basilea - Florencia - Ferrara (1431 - 1445) no vamos a encontrar ninguna norma que obligue a los obispos o párrocos a averiguar cuánto conoce un laico acerca de la fe cristiana, a no ser que se trate de una persona de dudosa ortodoxia.
Cuando el siglo XIII alcanzaba su mitad, Roberto Grosseteste, obispo de Lincoln, Inglaterra, sostenÃa que “los laicos deberÃan conocer los diez mandamientos y los siete pecados capitales y poseer, aunque fuera una comprensión elemental de los siete sacramentos. El obispo Peter Quinel de Exeter, también en Inglaterra, añadÃa que también debÃan conocer los efectos de los sacramentos en cada persona, la oración del padrenuestro, los artÃculos del credo y el Ave MarÃa. Hay pocas evidencias de que los legisladores eclesiásticos se ocuparan de averiguar seriamente el grado de conocimiento de las verdades de la fe por parte de los laicos. Sorprende encontrar en el siglo XIII evidencia de escepticismo, desconocimiento e incredulidad. Norman Tanner, S.J. basándose en estudios realizados sobre Montaillou, una aldea de los Pirineos, otro en la diócesis de Soria y Osma, en el norte de España y en los trabajos de Susan Reynolds, llega a la conclusión de que “el estrato más bajo del conocimiento religioso fue frágil, y que habitualmente las autoridades eclesiásticas prefirieron no escarbar demasiado a fondo en la situación”. Y esto por dos motivos: la imposibilidad de llevar a cabo en la Cristiandad medieval semejante investigación y “el deseo de proteger a los laicos tanto de fáciles acusaciones de herejÃa como de exigencias imposibles de cumplir para alcanzar la salvación” (Breve Historia de la Iglesia Católica, 2011: 86 - 87).
Fue en el 1274, en el Segundo Concilio de Lyon que la Iglesia habÃa declarado de manera definitiva, por primera vez, que los sacramentos eran siete, y por si acaso, los enumeró. El bautismo de los niños fue muy popular durante la Edad Media. Carlomagno (Ãœ 814) no jugaba con este asunto: amenazó con la muerte a quien evitase el bautismo. Exigió que los niños fuesen bautizados en su primer año de vida. Ya para el siglo XII, se daba por supuesto que todo el mundo bautizaba a sus hijos. Más tarde, los visitadores de las parroquias, señalarán como una falta o descuido el que algunos niños no estuviesen bautizados. Pero no nacÃa de ninguna oposición. Norman Tanner apunta que en peligro de muerte, en aquel entonces, hasta “una comadrona musulmana” podÃa bautizar. Lo importante era que usase las palabras precisas para que el rito fuese válido. Miremos la práctica de otros sacramentos como la confirmación y confesión.
El autor es Profesor Asociado de la PUCMM
mmaza@pucmm.edu.do
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