No existe un término para ellos en idiomas como el castellano o el inglés: es como si para la sociedad resultara un asunto demasiado doloroso como para enfrentarlo.
Elle Wright perdió a su hijo Teddy poco después de dar a luz y con su testimonio quiere desafiar esa idea de que solo quienes tienen hijos vivos pueden ser considerados padres.
Mi hijo Teddy hubiese cumplido tres años esta primavera, pero ni siquiera llegó a conocer nuestra casa: murió a los tres días de nacido.
Cuando sucedió, me sentí catapultada a una especie de maternidad que nunca había anticipado.
Me enteré de mi embarazo en septiembre de 2015, después de 10 meses intentándolo. Recuerdo estar esperando que mi marido, Nico, volviese a casa para darle la noticia.
Puse la prueba de embarazo con el resultado positivo sobre sus manos y, cuando la vio, noté como le cambiaba la expresión de la cara. Él estaba radiante, yo lloraba. Nunca creí que el sentimiento de felicidad del día de nuestra boda pudiese llegar a ser superado.
Esperamos a nuestra primera ecografía, a las 12 semanas, antes de contárselo a alguien. Yo misma no podía creerlo hasta que vi a nuestro bebé flotando en la pantalla. Pateaba y se retorcía tan lleno de vida.
Después de la cita, dejé a mi esposo en su trabajo y al poco tiempo me envió un mensaje: "Esta ha sido la mejor mañana de lunes. Ojalá todos los lunes se sintieran así de bien".
Seis meses más tarde, tuve a mi niño en mis brazos durante un rato. Estaba callado y se sentía tan pequeñito.
Una enfermera se lo llevó inmediatamente. Yo tuve que expulsar la placenta en medio de la ansiedad. Pero poco después Nico reapareció seguido de un sonriente doctor que cargaba a nuestro hijo, envuelto en toallas de hospital.
El médico nos explicó que nuestro bebé había tenido un pequeño problema para "arrancar" pero que ahora respiraba y estaba estable.
Daño irreversible
No teníamos ni la menor sospecha de lo que pasaría, tan solo 74 horas después de que nuestro bebé naciera.
Decidimos llamarlo Teddy. Su nombre completo iba a ser Edward Constantine, este último debido a lo mucho que nos gustaba Constantine Bay, en la costa sur de Reino Unido. Yo soñaba con ver a Teddy dando sus pasitos de bebé hacia las olas en una de nuestras playas favoritas de esa zona.
Teddy y yo nos quedamos a dormir esa noche en una sala con otros padres cuyos bebés también habían necesitado cuidados adicionales tras el parto.
Pero unas dos horas y media después, una enfermera me despertó sacudiéndome el hombro. Sus palabras fueron: "Tengo que llevármelo, está muy frío".
Vi sus bracitos colgando mientras ella lo sacaba de su cuna. Había dejado de respirar y nadie sabía durante cuánto tiempo. Se requirieron 18 minutos para resucitarlo y posteriormente nos enteraríamos de que el daño cerebral que había sufrido era irreversible.
Teddy fue transferido a una unidad de cuidados intensivos especializada en otro hospital y un catedrático del centro médico Great Ormond Street, el número uno para niños de todo Reino Unido, se involucró en nuestro caso.
Mientras tanto, mi cuerpo todavía se comportaba como el de una nueva madre. El día en que nos enteramos de que desconectarían los equipos que mantenían a Teddy vivo fue el mismo en que mi leche materna empezó a salir bien.
Adiós
No creo que algún día pueda describir cómo me sentí al enterarme de que no se podía hacer nada por Teddy y que moriría ese mismo día.
Teddy nació el 16 de mayo de 2016 y murió el 19 de mayo, de una enfermedad metabólica muy rara llamada aciduria 3-metilglutacónica (3-MGA).
Eso significa que todo le resultaba venenoso: hasta el aire que respiró apenas nació. Mi cuerpo lo había mantenido vivo y fue por eso que pude conocer a Teddy durante un corto tiempo, sostenerlo, olerlo y sentir el calor de su piel sobre la mía.
Cuando llegó la hora, me senté en un sofá en un cuarto privado flanqueada por Nico y mi madre. La enfermera dejó de bombear aire a los pulmones de Teddy y retiró de alrededor de su boca los últimos pedazos de cinta adhesiva y nos pasó a nuestro bebé.
No tuve miedo cuando sus pequeños respiros se detuvieron, quería que se sintiera a salvo y que supiera que lo queríamos. Eso es lo que hace una madre, ¿no? Se olvida de sus propios sentimientos para proteger los de sus hijos.
Pero creo quesentí cómo si mi corazón se rompiera físicamente en ese momento. Al menos esa es la única manera en que puedo describir ese sentimiento.
Tras esta pérdida repentina, me sentí aturdida, tanto física como emocionalmente. "Cosas como esta le pasan a otras personas", recuerdo que pensé.
"Teddy murió"
Les envié unos pocos mensajes a unos pocos amigos y les expliqué que habíamos tenido que decirle adiós a Teddy. No conseguí decir "murió" o "está muerto". Tuvieron que pasar unos meses antes de que pudiera decir o escribir juntas las dos palabras: "Teddy murió".
Seis días después recibimos la visita de una partera experta en manejo del luto. Antes de que llegara me obligué a tomar una ducha y maquillarme. La saludé con una sonrisa en la puerta y le pregunté si quería una taza de té.
Creo que pensó que me había vuelto loca. Rápidamente me di cuenta de que hablar con ella sobre Teddy no iba a ser muy útil para mí: ni siquiera se había preocupado en aprender su nombre, para ella solo era otro bebé más que nunca llegó a casa. Y parecía que solo quería que me sentara a llorar. Yo había estado llorando durante seis días seguidos y estaba agotada. Me negué amablemente a volver a verla.
La idea de ver a la gente o contarles lo que había pasado me hizo sentir mal y me escondí durante unas buenas seis semanas, viendo solo a mi familia y algunos amigos muy cercanos.
Sin embargo, una de las personas que escogí ver fue una mujer que conocí en una clase de yoga y cuyo bebé había nacido en el mismo hospital que Teddy un día después.
Fuimos a tomar un café y conocí a su dulce y bella bebé. Sentí una sacudida de celos pero me contuve. Ella fue amable y paciente mientras charlábamos sobre nuestras experiencias durante las semanas siguientes a nuestros respectivos partos: las dos éramos madres, pero nuestras historias eran muy diferentes.
"¿Cuándo volverás a trabajar entonces?", me preguntó de repente. Me di cuenta de estaba hablando con alguien que no me entendía. No volvimos a encontrarnos.
Mujeres guerreras
Luego encontré a los amigos que nunca supe que necesitaba. Por casualidad, vi una publicación en Instagram de una madre desconsolada: Michelle. Michelle tenía una hija, Orla, que había nacido muerta en mayo.
Mientras leía sus palabras me di cuenta de que ella también estaba planeando nuevas rutas a lugares, evitando sitios con cochecitos y mujeres embarazadas, y usando gafas de sol en todo momento para enmascarar las lágrimas, pensé: "Gracias a Dios, no estoy sola".
Intercambiamos mensajes de solidaridad y ella me dijo quehabía creado un grupo de WhatsApp para recibir apoyo de otras mujeres que también habían perdido a sus bebés en los últimos meses.
El grupo se llamaba Mujeres Guerreras, y ha estado funcionando durante más de dos años. Nos referimos a los bebés como "La pandilla", celebramos sus cumpleaños y nos turnamos para escribir todos sus nombres juntos en la arena cada vez que alguna de nosotras va a una playa.
Me parecía catártico escribir el nombre de Teddy. Y lo escribía en el cristal de las ventanas, en la arena de nuestras playas favoritas, en cualquier lugar que lo hiciera sentir un poco más cerca.
Algunas de mis amigas del grupo de WhatsApp han sido bendecidas con más bebés, lo cual nos da la esperanza de que vendrán días mejores. Pero esos embarazos vienen con un nuevo grupo de preocupaciones y ansiedades: perder un bebé te hará eso.
"¿Cómo se llamaba?"
Hay algo tan terrible en perder un hijo, que la sociedad ni siquiera tiene un nombre para ello. Si tu cónyuge muere, era una viuda; si tus padres mueren, eres un huérfano.
Perder a un niño desafía el orden natural de lo que esperamos y es una perspectiva demasiado dolorosa para permitir que nuestras mentes lo consideren.
¿Dónde sitúa eso a las personas como Nico y yo, que somos padres de un niño que no está vivo? ¿Dónde deja eso a las mujeres en mi grupo de WhatsApp y sus parejas? Hay miles de padres en duelo caminando sin reconocimiento o comprensión por parte del mundo que los rodea.
Cuando la gente me pregunta si tengo hijos, me preocupa contarles mi historia porque sé que los hará sentir incómodos. A veces las personas dicen cosas como: "No te preocupes, serás una gran mamá algún día". Sé que la gente tienen buenas intenciones, pero es tan insensible.
La mayoría de las veces las personas cambian rápidamente el tema a algo como el clima. Pero nada es peor que ese silencio.
Cuando le digo a alguien que tengo un hijo pero que no regresé con él a casa, hace una gran diferencia si la persona me dice: "Lo siento mucho, ¿cómo se llamaba?".
Me hace sentir que mi narrativa de la paternidad es válida y que Teddy era una persona, que importaba entonces y que todavía importa.
Después de la muerte de Teddy, escuché la frase: aprenderás a sentir el amor más que la pérdida.
Para mí, eso es exactamente lo que decir su nombre en voz alta nos permite hacer. Al oírlo, normalizarlo y reconocer su existencia, estamos llenando ese espacio cavernoso de pérdida con amor.
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